La brasilera

Una línea precisa y definida contra un mundo infinito y fuera de foco. Una pequeña recta, que se une a otra recta, y a otra más, y compone, a la distancia, una curva suave y envolvente. No entiende de geometrías pero sabe dónde hay que ajustar, donde hay que dejar libre. La pose es su naturaleza; se para aquí o allá, se mueve de esa manera, o de la otra, siempre morosa, para acentuar la curva o la recta. Maneja todos los pequeños detalles de las transparencias y de los colores. Le encanta tejer detalles para formar la gran figura. La forma, más que la forma el instinto, le dicta dónde tiene que pararse, cómo estirarse, cómo moverse, siempre en eternos círculos. Cómo bailar la danza atrapapresas. Las líneas tironean forzadas; pero de lejos, de lejos es solo una suave tela que deja ver todo, que no deja pasar nada.

Viene entrenando desde pequeña. El que ose penetrar el laberinto de sus curvas estará condenado al desastre. No verá siquiera la entrada cuando la atraviese: quedará atrapado. Por un momento pensará que puede liberarse; ejecutará movimientos descreídos, después espasmódicos, y al final desesperados. Para ella, los nervios están antes. Cuando el que viene entre al laberinto la victoria estará confirmada. Entonces se irán los problemas; entonces ya no habrá más dudas. Entonces, relajada, jugueteará con la presa antes del golpe final.

Comienza el temblor: el instinto prende todas las alarmas del deseo. Su cuerpo se aceita en el movimiento. La selva que la rodea se detiene un instante. Es un predador a la espera de su presa. Ahora todo depende del balance. Ni mucho temblor, ni mucha rigidez. Suave, para que quede pegado; fuerte, para que las formas no se rompan.

Ahí está el que vino. Nunca esperó que fuera tan grande. La fuerza del encuentro la vuela de su trampa. Ahora es ella la perseguida. No estaba preparada para esto. Se queda quieta, observando lo imposible. El cuerpo se le cierra y se aprieta sobre sí misma. El miedo, el eterno desconocido, la paraliza. Llegó. En el último vestigio de control, se inmola en la presa.

–¿Qué pasó?
—Una araña.
–¿Verde?
—Sí, una brasilera.

De mañana

Finalista:
IV Concurso de Microrelatos Eróticos

 

Nada puedo hacer. El mundo tiembla y me acurruco como un gorrión aterido. De mi enarbolada libertad solo queda el rezongo murmurado en las caricias: un aleteo frágil de suficiencia fanfarrona. Lo perdí todo, o quizás lo entregué. Ya no hay pasado: solo un presente continuo.

Trapo Blanco

Una de las pocas cosas que recuerdo claramente de mi infancia es que adentrarse en el terreno de las hermanas, como le decían, no era para cualquiera. No sólo me lo habían prohibido a mí, sino que los mayores tampoco lo hacían. Decían que un algún tiempo atrás vivían allí dos hermanas rusas que eran idénticas. Se contaba que eran muy extrañas y que no se daban con nadie. Un día, una noche en realidad, el rancho se había prendido fuego con ellas dentro.

Como no tenían parientes conocidos, y nadie se presentó a reclamar nada, el terreno se había puesto a remate. Pusieron un trapo blanco en uno de los postes del muelle y se notificó a todos los vecinos, pero nadie se presentó. La gente no quería saber nada porque, al parecer, sólo habían encontrado el cuerpo de una de las hermanas. Se creía que la otra había huido y vivía sola en el monte, o que se había hecho fantasma, o las dos cosas. Todo el mundo estaba seguro de que la casa estaba maldita. Los vecinos aseguraban que de noche se volvía a ver el incendio, que se escuchaba a las hermanas gritando y otras tantas cosas más.

La bandera blanca que habían colgado se fue ensuciando y rompiendo con el tiempo, y al lugar le empezaron a llamar Trapo Blanco.

Mujer

Una mujer. Una mujer y un cuchillo. Un amasijo de curvas pensado para trazar la vida. Quién te crea y quién te corta. Un vientre y un filo. Y el peligro, jugando con el surco del metal en la tierra. Te marcó la costilla, muñequito de barro; y vos encima enamorado.

Alberto y Cortazar

Alberto entró al aula y se paró frente a la foto de Cortazar. Se miraron: barbudos, humeantes y descreídos. Luego Cortazar pitó una vez más y siguió paseando por la galería fotográfica.