«Juana Azurduy, flor del Alto Perú
No hay otro capitán más valiente que tú»
Juana Azurduy — Felix Luna/Ariel Ramirez
Se acerca la horda reventando potros. Es una marea de tierra y acero que inquieta el paisaje. Un amasijo de bravos. Y al frente, como ganándole a la polvareda que levantan los «Leales», Doña Juana.
Se Viene. Con crenchas de polvo y sangre. Con pica de odio en la vista. Lanceando españoles. Marcando a su paso la patria, quemando camino.
Anda envuelta en tormenta de destellos. Rayos de sol desgarrados por el sable que le regaló Belgrano, chispas que saca a las piedras, vergüenza robada a los grandes comandantes, que caen al paso del malón.
Los godos van bajando la lomita, ni cuenta se dan hasta que ya es tarde. Se les viene el indiaje encima, aunque en la maroma solo la ven a ella: la muerte que monta a caballo.
Un realista se escapa de las filas. Embiste sable en mano, agachando el galope, pero es tarde: levanta la cabeza solo a tiempo de verle la cara. Un solo instante, suficiente para caer en aquellos ojos negros que prometen muerte, antes que el acero cumplidor, lo desguace.
¡Que grande que se ve el yuyo con la cara en el piso! El mundo retumba en la oreja al paso de la horda. El cuerpo se afloja en sangre. La vista, en el ángulo de la muerte, ve la nube perderse en el horizonte.
Allá va Doña Juana.
Abril del 2002.