Clavado

“Las noches y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé.”
Sur — Homero Manzi/Aníbal Troilo

Cuando el grueso hierro atravesó sus partes duras sintió un temblor y un crujido; en las partes blandas, las olas lacerantes del dolor llegaron desconectándolo del tiempo, congelando los segundos en eternidades imposibles.

Y después lo peor. Porque uno cree que ya no queda nada, pero aún faltan los últimos espasmos, los más dolorosos. Postreros intentos de despertar de la pesadilla, de volar lejos. Cada movimiento es un agujero en la conciencia, un punto en el que el dolor no deja pensar. Tal vez para que uno no se asuste, para que no se entere: cruel piedad de no entender la muerte.

Murió clavado a su destino, como morimos todos.

Nacés, te criás con otros tantos polillones, te vestís de gris serio o de caqui trabajador, según te toque, y volás…

Volás sin fin ni rumbo fijo por la noche eterna de Buenos Aires, buscando una luz asesina que aturda la ansiedad. Y un día, uno igual que cualquier otro, terminás ensartado en un cielo de tergopol, rodeado de otros tantos, frente a un Dios que te sonríe, sin entender tu dolor.